sábado, 28 de noviembre de 2009

Castro Castra

“Tal vez una de las consecuencias más
feas del estado policíaco sea la castración
masiva del pueblo cubano”

Carlos Alberto Montaner.



Castrar, según el diccionario de la lengua española, no es más que capar, es decir, extirpar los órganos genitales, y también quitar a las colmenas panales con miel, dejando los suficientes para que las abejas puedan mantenerse. Pero no siempre el que realiza la castración es capaz de darse cuenta a que punto ha llegado. Miremos a la monarquía de Castro, que aunque no hay reyes y reinas oficiales, sabemos que es algo que se respira en la calle y que cada cubano lleva consigo a cualquier sitio en que se encuentre.

¿Cuáles son los modos en que se aplica la castración? Respuesta difícil, pues afecta a todos los sectores sociales, y se manifiesta de disímiles maneras. Ante todo, y es necesario que reflexionemos sobre esto, cada uno de nosotros contribuimos a la castración, y aunque parezca absurdo, hasta nos auto-castramos.

Nos auto-castramos cuando tomamos lo que no es nuestro, aunque parezca sencillo decirlo. Hay una tendencia a desmoralizarnos y no fuimos capaces de percatarnos de ello cuando se inició este fenómeno. La escasez y la carencia de productos le sirvió al Gobierno para dominarnos y que nos sintamos agradecidos de toda la bondad que nos brinda con lo poco que nos da. ¿Cómo podemos pensar que somos más listos porque nos llevemos un paquete de lápices, o un rollo de papel higiénico? He ahí un serio problema que nos consume el espíritu y nos envilece.

No quiero exagerar la cuestión, pero por más que analizo la forma en que nos conducimos, no logro un minuto de sosiego. Al menos las abejas son más valientes, pues se defienden, aún costándole la vida. Mas nosotros hemos sido despojados del presente y del futuro, y nada hemos sabido hacer para evitarlo. No es posible que sigamos cerrando los ojos y que hablemos a escondidas con amigos o seres queridos, es hora gritar y acabar por desenmascarar a un gobierno que no ha hecho otra cosa que mortificarnos y corrompernos el alma. ¡Basta ya!

Tenemos la experiencia judía, usémosla, aprendamos de una tragedia que costó millones de vidas humanas. Pero no nos quedemos sentados porque la historia no nos lo va a perdonar. Para que seguir manteniendo unos genitales con vitalidad, si tememos por nuestros hijos, y hasta los liquidamos a diario. El miedo nos consume minuto a minuto, y por más que queramos cerrar los ojos, no podemos evitar el sufrimiento y la calamidad. Simulamos en el trabajo, en las escuelas y en cada sitio en que nos encontramos. Por nada es todo ese sacrificio, de eso estamos seguros.

Puede que el policía nos maltrate porque es tan infeliz como nosotros y tal vez debamos quedarnos callados, pero no es esa una actitud valiente. Tenemos que rescatar la confianza y dejar a un lado el “¿que voy a hacer?” Recuperemos la esencia del ser humano, el derecho a quejarse, protestar y disentir, es ese el camino para encontrar nuestra individualidad. No podemos permitir que nos sigan engañando como si fuésemos idiotas o desequilibrados. Quitémosle la máscara a ese gobierno que nos apabulla. No prosigamos con la farsa de creernos que la nación es nuestra, porque tan sólo es de unos pocos y de todos los turistas que vienen a disfrutar lo que se nos niega día a día.

Castro sabe que le tememos, está convencido de que nadie puede amarle. No importa cuanto gritemos su nombre, o cuantas flores le puedan entregar frente a las cámaras de televisión. Nuestros rostros reflejan sufrimiento e inconformidad mientras esperamos conseguir lo necesario para subsistir. ¡El Gobierno es el verdadero contrarrevolucionario! Nos engaña para que asistamos a marchas y reuniones, y luego nos clava la espada por la espalda haciéndonos la vida todavía menos placentera, impidiendo que podamos consumir los productos y bienes que nosotros mismos producimos.

Identifiquémonos con lo cubano. Cuba no es esa Revolución absurda cargada de incomprensibles abstracciones, somos nosotros (castrados o no) y tenemos la obligación histórica de devolverle a nuestra gente seguridad en si mismo. Por tanto: ¡adelante! Pero sin la necesidad de que nuestros niños tengan que cambiar sus lápices por fusiles o cosas por el estilo.